Son las tres de la mañana, el avión despega a las seis con destino a Mexicali, llegar a las siete de la mañana y dirigirse a los terrenos de caza. El nervio de la salida, llegar al mostrador de la aerolínea para registrar el ARPEL, acompañar al personal de seguridad al destacamento de la PFP y esperar a que anuncien la salida del vuelo y la hora de abordar.
Son las siete horas con quince minutos. El avión aterriza y comienza el nervio nuevamente, ir por el ARPEL, dirigirse a la salida, ver al organizador.
Nos dirigimos a la ciudad, a desayunar, después al hotel a dejar maletas y preparar todo para comenzar la cacería.
Llegamos al coto de caza, nos recibe el guía con un grupo de muchachos, todos puestos y dispuestos a salir, nos llevan a un terreno sembrado con algodón, los surcos alineados son un paisaje increíble porque cualquiera pensaría que estando en el desierto lo único que encontraría sería mucha arena y rodadoras, pero jamás se podría imaginar que ese enorme valle fuera tan bello y fértil. El clima nos favoreció, una temperatura templada que nos permitió disfrutar la primera cacería de la mañana. Los muchachos se acomodan al final del campo de siembra, comienzan los gritos de "gallo, gallo, gallo" y comienza la adrenalina a circular por las venas. Los nervios se tensan, el corazón se acelera y de repente surge volando un ave, café pardo, es una gallina, otra vez ruido en el algodón y vuela otra gallina. Se acercan los arreadores y comienzan a volar más gallinas, hasta que comienzan los gritos de los arreadores y los compañeros "hay va el gallo", apuntas, los sigues, se acerca, llega el momento esperado, jalas el gatillo y disparas, tal vez fueron los nervios, el tiro pasa por atrás y el animal sigue su vuelo, largo y rápido para aterrizar en otro campo de algodón. Pero te tienes que reponer de la sorpresa rápidamente porque vuela otro gallo y vuelves a apuntar y vuelves a disparar.
Termina la primera aventada, subimos a la camioneta y vamos a otro campo de cultivo. Nuevamente, los arreadores, los gritos, la sorpresa, la adrenalina y los tiros pegados. En total fueron 42 animales en tres días.
Termina la aventura, de regreso al aeropuerto a esperar el vuelo. Se queda en Mexicali la aventura, se vino en la maleta la nostalgia de una cacería mágica que pone a prueba todos los sentidos, que es un gran reto, pero que siempre existirá la oportunidad de volver a repetirla.
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Son las siete horas con quince minutos. El avión aterriza y comienza el nervio nuevamente, ir por el ARPEL, dirigirse a la salida, ver al organizador.
Nos dirigimos a la ciudad, a desayunar, después al hotel a dejar maletas y preparar todo para comenzar la cacería.
Llegamos al coto de caza, nos recibe el guía con un grupo de muchachos, todos puestos y dispuestos a salir, nos llevan a un terreno sembrado con algodón, los surcos alineados son un paisaje increíble porque cualquiera pensaría que estando en el desierto lo único que encontraría sería mucha arena y rodadoras, pero jamás se podría imaginar que ese enorme valle fuera tan bello y fértil. El clima nos favoreció, una temperatura templada que nos permitió disfrutar la primera cacería de la mañana. Los muchachos se acomodan al final del campo de siembra, comienzan los gritos de "gallo, gallo, gallo" y comienza la adrenalina a circular por las venas. Los nervios se tensan, el corazón se acelera y de repente surge volando un ave, café pardo, es una gallina, otra vez ruido en el algodón y vuela otra gallina. Se acercan los arreadores y comienzan a volar más gallinas, hasta que comienzan los gritos de los arreadores y los compañeros "hay va el gallo", apuntas, los sigues, se acerca, llega el momento esperado, jalas el gatillo y disparas, tal vez fueron los nervios, el tiro pasa por atrás y el animal sigue su vuelo, largo y rápido para aterrizar en otro campo de algodón. Pero te tienes que reponer de la sorpresa rápidamente porque vuela otro gallo y vuelves a apuntar y vuelves a disparar.
Termina la primera aventada, subimos a la camioneta y vamos a otro campo de cultivo. Nuevamente, los arreadores, los gritos, la sorpresa, la adrenalina y los tiros pegados. En total fueron 42 animales en tres días.
Termina la aventura, de regreso al aeropuerto a esperar el vuelo. Se queda en Mexicali la aventura, se vino en la maleta la nostalgia de una cacería mágica que pone a prueba todos los sentidos, que es un gran reto, pero que siempre existirá la oportunidad de volver a repetirla.

